Tendemos a pensar que a los ojos azules o a los verdes les suele molestar más la luz intensa, es decir, suelen sufrir fotofobia con más regularidad que a los ojos oscuros.
Digo que “suele” porque en la práctica te encuentras de todo: personas con iris muy oscuros que apenas tolera la iluminación abundante, y ojos azules pálidos que no se deslumbran por muy intensa que pongas la luz.
Pero a pesar de las numerosas excepciones que nos encontramos, es una regla que en general se cumple medianamente bien (en especial en ojos muy claros, y en el contexto de piel muy blanca y pelo rubio o pelirrojo).
Es algo que se asume más o menos de forma popular. Pero lo interesante es la causa.
Salvo enfermedades oculares, un iris es opaco aunque sea claro.
Y opaco significa que no pasa la luz, por muy fuerte que sea.
La única forma que tiene es a través de la pupila.
Y ésta se cierra igual de bien en los ojos claros que en los oscuros (en personas mayores esta regla no se cumple siempre).
Así que los iris claros son tan eficaces como los oscuros en su tarea de regular la entrada de luz.
Índice
¿Por qué me molesta la luz?
Entonces, ¿cuál es la causa?. Pues el problema real no está en el iris, sino en la parte posterior del ojo: la retina.
Y en un lugar concreto de ésta: en el epitelio pigmentario.
El epitelio pigmentario ya sabemos que la función que realiza es “dar de comer” a los fotorreceptores.
Esa es su función metabólica, pero el epitelio cumple otra función al menos tan importante como esa.
Se llama “pigmentario” porque tiene pigmento. El pigmento es una molécula con gran capacidad de absorber la luz.
¿Y para qué queremos absorberla?
Excepto por el epitelio pigmentario, la retina es casi transparente.
Eso quiere decir que unos pocos rayos sirven para estimular a los receptores, pero el resto de la luz la atraviesa y llegaría a las capas más profundas del ojo.
Las demás capas del ojo, debido a su grosor, ya no son transparentes, así que unos rayos rebotarían y otros se absorberían.
El problema de que la luz se refleje es que, dada la forma del ojo (una esfera donde los rayos sólo entra por un sitio), se iría reflejando en las paredes internas y se saturaría de iluminación.
Los receptores no solo se estimularían por la luz directa del exterior, sino indirecta que se reflejaría en otros sitios del ojo.
Así se produciría una iluminación difusa excesiva, que afectaría seriamente a la función del ojo.
El globo ocular tiene que ser fundamentalmente una cámara oscura, donde sólo entre la luz directa por un sitio y produzca una imagen nítida; nada de luces indirectas.
Ocurre lo mismo que a una cámara fotográfica, que la zona interior tiene que estar protegida de otras fuentes luminosas.
Y para eso está el epitelio pigmentario.
Como su nombre indica, estas células contienen abundante pigmento, de forma que absorben la luz y evitan que rebote por dentro del ojo.
Este pigmento no es otro que la melanina, que está también en la piel y en el iris.
No todos tenemos la misma cantidad de pigmento.
Al igual que ocurre con el color de la piel o el del iris, unos genes dictaminan la cantidad de pigmento que tiene el epitelio.
Normalmente, la “dotación de pigmento” del ojo está funciona de forma global.
Es decir, que si hay mucho pigmento en el iris (ojos marrones), hay mucho pigmento en la retina.
Y los ojos claros suelen tener poco pigmento en el fondo de ojo.
Mecanismo de absorción de la luz:
Con mucho pigmento, la luz que entra es bien absorbida y el ojo se mantiene como una cámara relativamente oscura.
Con poco pigmento, hay más luz que se refleja dentro del ojo por lo que los receptores se saturan más.
Por lo tanto, los ojos con iris claro son más sensibles a las luces porque normalmente (aunque no siempre) se acompañan de poco pigmento en el fondo del ojo.